La traducción – Nuestro Punto de Vista

Traduttore, traditore!

La mundialmente conocida expresión italiana de que “un traductor es un traidor” se ha considerado desde hace tiempo el epítome de la dificultad de traducir. Ilustra sólo el difundido equívoco de que existe una simple correspondencia palabra por palabra entre dos idiomas y de que la traducción es un proceso mecánico.

Pareciera ser que las dificultades del trabajo de traducir no han existido desde tiempos inmemoriales; el propio acto de traducir era por cierto algo inútil antes de los tiempos de la Torre de Babel y de la confusión que se creó a partir de entonces. Una confirmación indirecta del antiguo mito, que se ha mantenido en toda la literatura, puede ser el hecho de que hasta la fecha todavía no se ha encontrado ninguna escritura en versión bilingüe que sea anterior al último periodo del tercer milenio  AdC. Por esos días los sistemas de escritura sumerios, del Antiguo Egipto, acadios y elamitas estaban en pleno uso, pero aún no existía la necesidad de textos bilingües, los que pueden haber surgido entre quienes eran por entonces los Escribas y los Diplomáticos.

La famosa historia bíblica parece reflejar el mito sumerio de Enmerkar y el Señor de Aratta, según el cual Enmerkar de Ur le imploró a Enki que restableciera la unidad lingüística en la humanidad. Como una interpretación moderna identifica a Enmerkar de Ur con el Nimrud del Corán y de la Biblia, quien además se mitificó como Gilgamesh en las tradiciones mesopotámicas, entendemos mejor las referencias del gran historiador islámico, Al Tabari, que en su venerada Historia de Profetas y Reyes le atribuye la torre a Nimrud y el impresionante castigo de la explosión a Allah, refiriéndose a la confusión en 72 idiomas que resultó de ella.

Por lo tanto consideramos necesario hacer el mismo camino a la inversa; si la confusión había creado los idiomas, pusimos la comprensión y la conciencia en el epicentro de nuestros esfuerzos. Buscamos contextualizar el significado e interpretarlo mediante la consiguiente producción de un texto equivalente en el idioma de destino. En este empeño, sentimos que somos simplemente el último eslabón de una larga cadena de escribanos y traductores egipcios.

Egipto – La Tierra de las pirámides.

Egipto – Tierra de traductores

El hecho de que el primer idioma internacional fuera el acadio mesopotámico semita junto a sus derivados, el asirio y el babilonio,  suscitó el interés de los legisladores faraónicos del Nuevo Reino en contratar escribanos educados y que hablaran diferentes idiomas. Cuando el faraón deseó comunicarse con su contraparte hitita (en el área de la Turquía Central de nuestros días), con los reyes de Asiria, Babilonia, y Mitani (el Reino de Hurrian, en el área del nordeste de la actual Siria), y Elam (en el actual  suroeste de Irán) o con los reyes de menor importancia de los reinos canaanitas de Ugarit y Byblos, la correspondencia real se realizó siempre en asirio – babilonio  cuneiforme. A partir de este contexto de relaciones internacionales de hace más de 3400 años surgieron las famosas Tablas de Tell Amarna, unos cientos de láminas de arcilla con las cartas que intercambiaron Amenofis III y Akenatón con sus contrapartes asiáticas. Todo gracias a los traductores de esa época.

Acercándonos un milenio a nuestra era nos encontramos con Ptolomeo II, el faraón de origen macedonio que invitó a 72 estudiantes judíos a traducir la Biblia  (La Torah) al griego antiguo, que era por entonces el idioma internacional del mundo mediterráneo; habitando en la isla del faraón en Alejandría, en algún lugar entre el actual palacio Ras el Tin y el castillo Qaytbey, concluyeron la tarea en 72 días. Cada mañana ellos llegaban al palacio del erudito faraón para agradecerle y pedir para él  las bendiciones de Dios.

Casi tres cuartos de siglo más tarde, en el año 196 AdC, los escribanos y traductores de Ptolomeo V produjeron un documento bilingüe y tres formas de escritura, es decir, los jeroglíficos egipcios, el egipcio demótico (el tipo de escritura cursiva de la administración faraónica) y el griego antiguo. El documento fue entregado en dos copias; la primera – irremovible – fue inscrita en la segunda torre de granito del Templo de Isis en Philae, al sur de Asuán (Siena), y el segundo, en una piedra que estuvo extraviada durante milenios. Cuando fue descubierta en las cercanías de la ciudad de Rashid (Rosetta) en el estuario del Nilo, a más de 1070 kilómetros de la primera copia, la gente la llamó Piedra Rosetta, y es gracias a esa traducción que el descifrado moderno de los jeroglíficos egipcios se convirtió finalmente en un sueño hecho realidad.Más de medio milenio después, en el siglo IV después de Cristo, Egipto se había convertido en tierra de casi todas las religiones. De vuelta a esa era están fechadas las traducciones coptas del Kephalaia, los Synaxis, Las Leyes y otras obras maestras de Mani, el filósofo persa fundador del Maniqueísmo, que encontramos en Armant  (Al sur de Luxor), en el oasis de Dakhla y en Fayoum a comienzos del siglo XX. Ellas son testimonio de la extraordinaria difusión de la primera religión del mundo en abarcar todo el espacio entre los océanos Atlántico y Pacífico  antes de que surgiera el Islam. Gracias al ingenio de los traductores coptos maniqueos, reestablecemos hoy en día la doctrina del tan perseguido por los emperadores Sasánidos de Irán, el gran filósofo iraní del cual Al Nadim habló en extenso en su   Fihrist.

700 años después, Egipto y El Cairo islámico seguían siendo una tierra que ejercía enorme atracción hacia el mayor de los filósofos judíos, Maimónides, que había nacido en Córdoba,  abandonado Andalucía y luego Marruecos para finalmente establecerse, escribir y traducir, al igual que tantos otros, en El Cairo – cuando no estaba ocupado asistiendo al Saladino, ya que era el médico personal del rey.

Con todo esto en mente, nos disponemos a ser la excepción, es decir, a ser traductores sin ser traidores.